Domekan Familia Ospakizuna

domingo, 16 de noviembre de 2014

En recuerdo de los mártires de la UCA: Jon Sobrino

Ignacio Ellacuria (1930 – 1989) Portugaleten (Bizkaia) jaiotako jesuita izan zan. Bere bizitza osoa txiroen alde emon eban El Salvadorren. Unibertsitate irakasle modura, eta UCAko errektorea izanik, baztertutako gehiengoaren aldeko justiziaren alde jarri zan. Bere konpromisu sendoa eta ahulen defentsa dala eta gobernu militarrarentzat oztopo bihurtu zan. Hori dala eta, 1989ko azaroaren 16ko gauerdian, militarrak unibertsitatean sartu ziran, eta Ellacuria hil eben, beste bost jesuita eta bi emakumeekin batera.

Ofrecemos a nuestros lectores parte del discurso de Jon Sobrino, pronunciado en la Universidad de Santa Clara, California, el 5 de noviembre de 2009. Estas profundas reflexiones son nuestro Homenaje a los Mártires de la UCA a 25 años de su brutal asesinato.
 
                                           + Los jesuitas de la UCA, mártires jesuánicos

Comenzamos con los seis jesuitas. Después de Medellín, 1968, y tocados por el sufrimiento del pueblo se convirtieron. Aceptaron que ser jesuita es luchar, no sólo trabajar. Luchar por la fe, y más sorprendente aún,  luchar por la justicia. Así lo exigía la realidad y así lo dijo la CG XXXII (D 2. 2). Su muerte confirmó lo que la misma congregación había previsto lúcidamente: “No trabajaremos en la promoción de la justicia sin que paguemos un precio” (D 4. 46).

Los mártires de la UCA lo hicieron cada uno según sus talentos, y es bueno recordarlo para que todos nos podamos sentir cuestionados y animados. Permítanme detallarlo mínimamente. Ellacuría, 59 años, filósofo y teólogo, rector. Repensó la universidad desde y para los pueblos crucificados. Puso todo su peso para combatir la opresión y represión, y para conseguir una paz negociada. Segundo Montes, 56 años, sociólogo, fundador del Instituto de Derechos Humanos. Se concentró en el drama de los refugiados dentro del país y sobre todo de los que tenían que abandonarlo, los emigrantes, que entonces huían de la represión violenta y ahora del hambre y la falta de trabajo. Los visitaba en los campos de refugiados en Honduras. Ignacio Martín-Baró, 44 años, psicólogo social, pionero de la psicología de la liberación, fundador del Instituto de Opinión Pública de la UCA para facilitar que se conociese la verdad y dificultar que ésta quedara oprimida por la injusticia. Cada fin de semana visitaba comunidades suburbanas y campesinas con las que celebraba la eucaristía. Juan Ramón Moreno, 56 años, profesor de teología, maestro de novicios y maestro del espíritu, acompañante de comunidades religiosas. En Nicaragua participó en la campaña de alfabetización. Amando López, 53 años, profesor de teología, antiguo rector del seminario de San Salvador y de la UCA de Managua. En ambos países defendió a perseguidos por regímenes criminales, a veces escondiéndolos en su propia habitación. Por último Joaquín López y López, 71 años, el único salvadoreño de nacimiento, hombre sencillo y de talante popular. Trabajó en el colegio y fue el primer secretario de la UCA en 1965. Después fundó Fe y Alegría, institución de escuelas populares para los más pobres.

Fueron muy distintos, pero todos ellos fueron seguidores de Jesús y jesuitas. Es lo que nos dejan. En ellos podemos mirarnos para saber lo que debemos ser y hacer. Digamos una palabra sobre lo que fue más suyo.

Seguidores de Jesús. Reprodujeron en forma real, no intencional o devocionalmente, la vida de Jesús Su mirada se dirigió a los pobres reales, aquellos que viven y mueren sometidos a la opresión del hambre, la injusticia, el desprecio, y a la represión de torturas, desaparecimientos, asesinatos, muchas veces con gran crueldad. Y se movieron a compasión. “Hicieron milagros”, poniendo ciencia, talentos, tiempo y descanso, al servicio de la verdad y de la justicia. Y “expulsaron demonios”. Ciertamente lucharon contra los demonios de fuera, los opresores, oligarcas, gobiernos, fuerza armada, y de ellos defendieron a los pobres. No les faltaron modelos, Rutilio Grande y Monseñor Romero. Y fueron fieles hasta el final, en medio de bombas y amenazas, con misericordia consecuente. Murieron como Jesús, y han engrosado una nube de testigos, cristianos, religiosos, también agnósticos, que han dado su vida por la justicia. Estos son los “mártires jesuánicos”, referente esencial para los cristianos y para cualquiera que quiera vivir humana y decentemente en nuestro mundo. Su bautismo fue de Espíritu de sangre y siguieron a Jesús.

Con el espíritu de san Ignacio. En este punto me voy a detener un poco más pues hoy se habla mucho de espiritualidad ignaciana. Creo que nos pueden ayudar a historizar a san Ignacio ciertamente en el tercer mundo y a hacerlo útil para comprender mejor a Jesús.

El otro Ignacio, Ellacuría, hizo una relectura de los Ejercicios desde la realidad del tercer mundo. Tres puntos me parecen fundamentales, y pueden fungir como presupuestos ignacianos de la opción por los pobres y la lucha por la justicia. 1) Mirar la realidad de nuestro mundo y captarla como “pueblos que están crucificados”. Ante ellos la reacción fundamental -sin necesidad de discernimiento- es “hacer redención”. 2) Ser honrados con nosotros mismos, jesuitas, y preguntarnos “qué hemos hecho para que esos pueblos estén crucificados y qué vamos a hacer para bajarlos de la cruz”. 3) Tomar en serio -quizás lo más difícil y menos frecuente- que hay dos modos de caminar en la vida, de ser jesuitas, construir la sociedad y la universidad. Son caminos opuestos y están en pugna. 

Uno es el camino de la pobreza, que lleva a oprobios y menosprecios; hoy diríamos humillaciones, difamaciones, amenazas; y de ahí a la humildad, a la hondura de lo humano, a la verdadera vida. El otro es el camino de la riqueza, que lleva a los honores mundanos y vanos; hoy diríamos al prestigio entre los grandes de este mundo; y de ahí a la arrogancia, a una vida falseada, personal e institucional. En resumen, uno conduce a la salvación -humanización- y el otro a la perdición -deshumanización. Se trata de ganar o perder la vida, como dice Jesús. Y de estar dispuestos a pagar el precio.

En términos de estructuras, Ellacuría insistía en que hay que elegir entre una civilización de la pobreza -afín a una civilización del trabajo- y una civilización de la riqueza -afín a una civilización del capital. Ésta, que predomina en el mundo, ha generado una civilización gravemente enferma. Aquélla, la que hay que construir, puede revertir la historia y sanar la civilización.

Estos tres puntos: pueblo crucificado, necesidad de liberación, camino de la pobreza -más la honradez con nosotros mismos- son, en mi opinión, lo que más resplandece en la ignacianidad de los mártires de la UCA y lo que mejor explica por qué que acabaron como acabaron. En la tradición de san Ignacio ciertamente hay otras muchas cosas importantes a tener en cuenta: el “magis”, “a mayor gloria de Dios”, “en todo amar y servir”, “el bien cuanto más universal más divino” -todo lo que se menciona con frecuencia en la explosión ambiental de ignacianidad que hoy existe. Los tres puntos que hemos mencionado en mi son más fácilmente comprensibles, también por los no iniciados en ignacianidad, y ciertamente por los pobres. Y en mi opinión tienen menos peligro de perderse en el ámbito de lo conceptual e intencional. Expresan realidades claramente históricas y verificables.

En este contexto me parece oportuno recordar un hecho singular: los mártires de la UCA nunca discernieron si era voluntad de Dios permanecer en el país, con riesgos, amenazas y persecuciones, o salir. Ni se les ocurrió. Para ver cuánto de explícitamente ignaciano había en ese proceder pienso que hay que ir al primer tiempo de hacer elección: “sin dubitar ni poder dubitar” (Ejercicios n. 175). Hay que preguntarse “que movía y atraía la voluntad”. Si era “Dios nuestro Señor” comunicándose al alma, como en la formulación de san Ignacio, o si eran realidades históricas: “el sufrimiento del pueblo”, que no dejaba vivir en paz; ”la vergüenza que daba abandonar al pueblo”; “la fuerza cohesionante de la comunidad”; “el recuerdo enriquecedor de Monseñor Romero, de nueve sacerdotes y cuatro religiosas asesinadas”; incluso el “haberse acostumbrado a la persecución”. Pienso que todo ello movía la voluntad e iluminaba las decisiones y el camino a seguir. En el lenguaje de los ejercicios, en ello y a través de ello Dios estaba realmente causando el sin dubitar ni poder dubitar. Pero Dios no actuaba a través de cualquier cosa, sino de las que hemos mencionado.

El Espíritu de Dios mueve a caminar, pero su fuerza pasaba a través del pueblo sufriente. Así ha parafraseado Pedro Casaldáliga el conocido poema de Antonio Machado: Camino que uno es,/ que uno hace al andar./ Para que los atascados/ se puedan reanimar./ Haz del canto de tu pueblo/ el ritmo de tu marchar.

Así, pienso yo, discirnieron los jesuitas de la UCA. Se dejaron atraer y llevar por la realidad. Es la sinergia de Dios y del pueblo sufriente. Y no se me ocurre otra manera de explicar por qué se quedaron.

Quisiera terminar esta reflexión sobre su ser jesuitas recordando que “murieron en comunidad”. Pudo no haber sido así, y pudiera haber sido asesinado sólo Ellacuría, el enemigo principal. Pero hay una verdad importante -providencial si se quiere-, en que su muerte fuese “en comunidad”. Así había sido su vida y trabajo, con alegrías y tensiones, con virtudes y pecados, pero siguiendo una sola línea bien trazada. Y así expresaron que la Compañía está hecah de “todos”. Es “cuerpo”, no suma de individuos, algunos de ellos geniales, otros normales.

Esta comunidad de seis jesuitas se integró en una comunidad mayor, el cuerpo de la Compañía universal. 49 son los jesuitas que han muerto en el tercer mundo, asesinados de una u otra forma, después de la CG XXXII. Entre ellos se cuentan tres estadounidenses. Francis Louis Martiseck, 66 años, nacido en Export, Pennsylvania, muerto por arma de fuego en Mokame, India, 1979; Raymond Adams, 54 años, nacido en New York, muerto por arma de fuego en Cape Coast, Ghana, 1989; Thomas Gafney, 65 años, nacido en Cleveland Ohio, asesinado en Katmandú, Nepal, 1997.

No es infrecuente recordar “las glorias de la Compañía”, las reducciones del Paraguay, Mateo Ricci en China… Hoy, estos mártires, unos más famosos, otros menos, son la gloria de la Compañía. Y sobre todo son ellos los que mantienen a la Compañía con vida. Una semana después del asesinato del Padre Rutilio Grande el Padre Arrupe escribió:

“Éstos son los jesuitas que necesita hoy el mundo y la Iglesia. Hombres impulsados por el amor de Cristo, que sirvan a sus hermanos sin distinción de raza o de clase. Hombres que sepan identificarse con los que sufren, vivir con ellos hasta dar la vida en su ayuda. Hombres valientes que sepan defender los derechos humanos, hasta el sacrificio de la vida, si fuera necesario” (19 de marzo, 1977).

                                            + La gracia de los mártires

Hemos recordado a mártires. Su vida y su muerte son de gran dureza, y por eso mis palabras pueden sonar fuertes. Pero también es verdad que a ellos se dirigen las bienaventuranzas de Jesús. Y que para nosotros son -pueden ser- una bendición: nos animan a entregarnos a los demás y a tener esperanza, ánimo que no se encuentra, con esa fuerza, en ninguna otra parte, ni en la liturgia ni en la actividad de la academia.

En navidad decimos que en Jesús de Nazaret “ha aparecido la benignidad de Dios”. En semana santa escuchamos en boca de Pilato que ese Jesús es “el hombre verdadero”, “el que cargó con la realidad por amor a los pequeños”. De ahí el ”ecce homo”. Ambas cosas, la aparición de Dios y de lo humano en un mundo en oscuridad es una buena noticia.

Eso es lo que celebramos en este acto universitario. Los seis jesuitas de la UCA nos llevan en su fe, de la que podemos tener alguna noticia, aunque sea caminando en silencio y de puntillas. Julia Elba y Celina nos llevan en la suya, pero de manera distinta. Yo al menos, no puedo entrar hasta el fondo en su misterio. Pero Dios sí les conoce y ellos -Dios sabe cómo- nos llevan a Dios.

Y contra toda ciencia y prudencia, los mártires generan esperanza. Miles de campesinos pobres, con familiares muertos, se juntan la víspera del 16 de noviembre en la UCA para celebrar unos con otros, rezar y cantar. Jürgen Moltmann lo ha teorizado muy bien: “no toda vida es ocasión de esperanza, pero sí lo es la vida de Jesús, quien, por amor, tomó sobre sí la cruz”.

Termino. Quiero agradecer muy sinceramente a la Universidad de Santa Clara por la oportunidad que me ha dado de dirigirles estas palabras. Me han permitido hacer presente de algún modo el sufrimiento y la esperanza de un pueblo admirable y la memoria de mis hermanos y hermanas de la UCA. También quiero agradecerles el honor personal que me hacen. Me remite al cariño que me mostraron hace veinte años. Y lo interpreto como símbolo de solidaridad de esta Universidad con la UCA y con todo el pueblo salvadoreño.

          + Mis palabras finales son las que escribí aquí hace veinte años

Descansen en paz Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Matín-Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, compañeros de Jesús. Descansen en paz Julia Elba y Celina. hijas muy queridas de Dios. Que su paz nos transmita a los vivos la esperanza, y que su recuerdo no nos deje descansar en paz.

Jon Sobrino


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