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domingo, 13 de diciembre de 2015

El jubileo de la misericordia: Joxe Arregi

El pasado día 8, fiesta de la Inmaculada Concepción, inauguró el papa Francisco el año jubilar abriendo las puertas de San Juan de Letrán, la catedral del papa en cuanto obispo de Roma. Lo ha llamado ‘el jubileo de la misericordia’, y la Bula en la que lo convoca lo titula El rostro de la misericordia, refiriéndose a Jesús de Nazaret.

Misericordia. La misericordia es la primera, la última, la única verdad de la Iglesia, de todas sus doctrinas, cánones y ritos. Es el criterio de juicio de todas las religiones. Y, ¿por qué no decirlo?, también de la política con todas sus instituciones, partidos, programas. ¡Ay de la política sin entrañas, sin alma, sin misericordia! La misericordia es la luz y la llave de nuestra vida tan preciosa y frágil, de nuestro pequeño planeta tan vulnerable, del universo inmenso e interrelacionado del que formamos parte.

¿Pero qué significa misericordia? Hay que preguntarse, pues el lenguaje religioso -¿como todo lenguaje?- es una interminable sucesión de equívocos, y es preciso abrir cada vez de nuevo las palabras antiguas para que sigan iluminando la mente y moviendo el corazón a la bondad, para que vuelvan a decir lo que dijeron en su origen, o tal vez quisieron pero nunca lograron decir. Es preciso limpiar las imágenes viejas deslucidas para que vuelvan a reflejar la gloria de la vida.

‘Misericordia’, según su etimología, significa entraña, corazón, ternura para con el desdichado. Por eso es uno de los nombres más bellos de Dios, corazón de la Vida y de todo cuanto es. Pero las páginas de la bula papal, por cierto inspiradas, llenas de calor y de fuerza, son a la vez clara muestra del equívoco de nuestro lenguaje religioso: en los 25 números de la Bula, el término ‘pecado’ se repite 25 veces y 11 veces el término ‘pecador’. La misericordia de Dios es entendida sobre todo como perdón de los pecados, y el pecado como infracción de la ley divina o como ofensa de Dios. Las palabras se vuelven sombrías. La imagen de un ‘Dios que perdona’ es la otra cara del ‘Dios que castiga’, y ambas son igualmente indignas del misterio divino de la misericordia. “Dios no puede perdonar”, escribió la mística Juliana de Norwich en el s. XIV, porque Dios es solo Amor, Bondad, Ternura, y nunca se puede ofender ni castigar ni perdonar como solemos nosotros.

El equívoco se agrava cuando la Bula habla de las indulgencias en los términos más medievales: como liberación de la ‘huella negativa’ o ‘residuo de la culpa’ que queda en el pecador aun cuando sus pecados hayan sido perdonados por el sacramento de la confesión, liberación que podemos alcanzar para nosotros mismos o para nuestros difuntos que sufren las penas del purgatorio… ¿No lo entiendes? Yo tampoco lo entiendo. Lutero tenía razón en aquellas 95 tesis contra las indulgencias con las que arrancó la Reforma. Era necesario entonces, y lo sigue siendo hoy.

Volvamos al jubileo, a su sentido bíblico original. Cada 50 años, el alegre sonido del jobel recorría las montañas y los valles, y comenzaba el año jubilar. Era el año del perdón, sí, pero del perdón de las deudas que ahogaban la vida de la gente más pobre. Los pobres quedaban libres de sus deudas, los esclavos recuperaban la libertad, los campesinos obligados a enajenarse de la propiedad de su tierra la recuperaban. Podían respirar. Podían vivir. Era el jubileo.

Vino Jesús, y comenzó un día proclamando ‘el año jubilar’ en la sinagoga de Nazaret. Y todas sus palabras y toda su vida se convirtieron en rostro de la misericordia: denunció las injusticias, anunció la liberación de los oprimidos por el poder del imperio y de la religión, reclamó la cancelación de las deudas, curó a los heridos, se hizo buen samaritano. En eso consiste el jubileo de la misericordia.

¡Bienvenido seas, jubileo! Que se condonen las deudas a las personas y a los países desahuciados. Que los bancos tengan entrañas. Que se abran las fronteras. Que abramos las puertas a la misericordia, los corazones a la esperanza. Que caminemos guiados por la ternura de las entrañas, hacia el descanso de la tierra, hacia la liberación de todos los esclavos, hacia el pleno jubileo de la misericordia.

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